Desde entonces, no quedan cisnes en Cadaqués
Desde entonces,
no quedan cisnes en Cadaqués.
Prolongada la mirada
de las cuencas vacías
de sus palabras tejidas,
cosido su cuerpo a
antojo del capricho
de unos versos
que emigran
con el invierno
de sus latidos,
volando sobre el
plumaje de la
arena coagulada,
intransigente,
colorada,
despierta en el
inconsciente de
la noche o en el reflejo
de un acero ácido y
sagrado y débil.
Con los labios en la
miel preguntándole
al silencio que cuándo va
a callar,
y recorriendo el iris
de los colores
con el soliloquio
de respiraciones
y murmullos sonrojados.
Sabe que está atravesado
por la nada, o
que es él quien la atraviesa,
y balbucea la costura
de lana de una de las
canciones olvidadas
cuyas cadenas penetrantes
esbozan la sonrisa fugaz
de los otros espejos,
el paraguas de llantos,
el consuelo del cielo.
Desde entonces,
no quedan cisnes en Cadaqués.