Puede resultar un fracaso salvar la vida a un muerto sin antes haber seguido las instrucciones.
El silencio latía
en su pecho
y las luces cabeceaban
en su lengua
apagadas e invisibles.
Sus dedos habían dejado
caer los réquiems de
sus labios,
y las entrañas
del nogal le recorrían
la espalda una y otra vez.
Los ojos como platos
y los platos por los
ojos, el pasado
de escarcha y
el futuro intermitente
y todas las bocas mudas.
No había blancos ni grises
ni mármol ni piedras lisas,
ni había entradas ni salidas:
quizás nunca las había habido.
No sabía si había
esperado una vida para
estar escondido, si era mejor
la caja de madera o si tenía
que esperar la mayúscula
de sus puntos suspensivos.
Lo que sí sabía es que Eva
nunca estuvo desnuda,
y que todo empezó
cuando ella dijo: yo.