Un amado y una amante que eran Letras
Había una vez en un poema,
un amado y una amante
que eran Letras.
Sin la calidez del ayer
y la alegría de su habla,
se marchó lejos,
sin decir nada.
Dejándola de lado,
obcecado en sus tareas,
de su vida él se convirtió
en el alfa y en la omega.
Ignorando a quien le quería,
parte sin su compañera,
adoradora de su arte,
confidente de sus problemas.
Él cambió.
Mas ella, no quitó de su mano
la O, simbólico anillo.
Sin embargo, de su sonrisa,
si se apagó el brillo.
Y piensa que volverá a su lado…
Ilusa.
Anhelante, le retrata.
Incansable, le espera.
Llorando, le recuerda,
e insomne, le sueña.
Ya, desdibujada queda de su cara
aquella sonrisa,
por dos hoyuelos, entrecomillada,
que en un tiempo atrás,
a él le llenó de gozo el alma.
Inevitablemente…
Se entristeció de su Efe
la felicidad suprema,
y se enmudeció de facto
aquella sonora Zeta.
La falsa Ele de libertad
que él le dio y la hizo volar,
se transformaron en las cadenas
que la atan a sus eternas penas.
Sin que ella lo pretendiera…
Se acabó convirtiendo en la muda Hache,
que en su silencio,
gritaba a voces su ausencia.