Memorias ocultas de la Marquesa de Pueblollano
—Venga muchacha que llegamos todos los días tarde—
Así me despertaba cada mañana Dorotea, mi tía. Me vestía lo más rápido que podía y con un mendrugo de pan en la mano salía corriendo a su encuentro. Siempre la alcanzaba en la puerta de la casa de nuestra señora.
Juntas, poníamos en orden y limpiábamos todo, y cuando la señora nos dejaba solas para ir a la misa de las doce, nuestro trabajo cambiaba. En ese momento, le cogía prestado a sus hijas cualquiera de sus antiguos vestidos, con el que más bella me viera esa mañana, rematándolo siempre con la única posesión que me quedó de mi madre: un bello lazo rojo, que ya fuera para cerrar el escote o para adornar mi cabello siempre me hacía sentir más segura y atractiva.
En ese momento, ya vestida como una dama y rosadas mis mejillas por la prisa, aunque más pareciera por la candidez de mi edad, abría la ventana, mi tía siempre en la posición perfecta para parecer mi doncella, y me apoyaba con gracia en el alfeizar que más luz tenía de toda la casa; todo ello, para parecer una dama refinada de la corte… Solo para él.